El poder de la manipulación. Una noche con ILIOS y Philip Jeck

26.03.2009

Como aprendices que somos, algunos encuentros del ZEMOS98 nos enseñan a traer de vuelta la modestia, el poder del silencio, lo doméstico y lo común a un oficio musical ennoblecido por una dedicación propia de la artesanía. La noche del miércoles reclama la atención para las Experiencias Sonoras.

"La vibración, el uso de las frecuencias, cómo el sonido afecta al espacio, el uso del espacio o como el sonido afecta a nuestro cuerpo" dice Ilios que son las líneas que marcan la perspectiva de su trabajo. Pero durante los primeros minutos del show de ayer, Telios, pareció que su obra tenía que ver con la agresión, la perplejidad, la incomodidad o la resistencia. Incluso sobre la risa floja, incontenible ante el susto que no da miedo, pero descoloca.

O igual es que para este griego -que por sus muchos años de residencia en Barcelona y Santander es casi mitad español-, esos campos de actuación vienen a ser el mismo.

Ilios probando el sonido del Teatro CentralIlios se escondió a un lado del escenario y nos obligó a mirar una proyección extremadamente lenta que parecía ir hacia algún lado, pero sin ninguna certeza de hacia donde, llevando en paralelo esas mismas sensaciones que con su música.

Durante los primeros minutos no escuchamos nada, o quizá creíamos no escuchar nada. Después, dos castañazos sonoros. Grititos de susto, risitas en la audiencia. A Ilios le gusta "hacer que el espacio suene", pero ayer tuvo que lidiar además de con las paredes, con las personas que contiene. Ya que en un acto de comunicación hay que contarlas siempre como parte del espacio.

Y más tarde, Dimitris Kariofilis se dedicó a jugar con nuestros tapones de cera, desatascando a un lado y a otro.

La audiencia más crítica no pareció quedar convencida de la experiencia, aunque sí se encontró fascinante la deriva audiovisual, que al principio parecía una constelación estelar y luego una ciudad iluminada en la noche, después simulaba los ácidos colores de la química al microscopio y, al termino de la actuación, descubrimos lo que finalmente era: la imagen impactante de una persona decapitada sobre la acera.

El británico Philip Jeck, 56 años de barba cana y ojos claros, trajo en su equipaje dos tocadiscos portátiles, unos 30 vinilos marcados con pegatinas, un minidisc y un pequeño tecladito -viejo, de saldo, casi de juguete- con la capacidad de registrar unos segundos de sampleo y convertirlos en un loop. Jeck hace música con 4 pesetas y un ingrediente secreto que no puedes comprar ni con todo el dinero de la reina de Inglaterra: una pasión por el disco de vinilo sobre la que podría hablar durante horas.

Manipula fisícamente, siente, toca y lee la historia del plástico negro escrita sobre el propio material, la rescata y la lleva a su música. El sonido de un CD permanece inalterable para siempre, en cambio el de un vinilo envejece, modificado por las huellas, los rayajos, el polvo o las manchas acumuladas. Lo que para muchos sirvió para condenar el disco de vinilo y sustituirlo por la tecnología digital, es lo que aporta valor a este constructor sonoro que es Jeck.

Philip Jeck¿Reconoció alguien algo de lo que usó? Jeck afirma que grandes melómanos creen escuchar lo que allí no hay -un disco de los Rolling Stones, la banda sonora de Taxidriver- y en verdad se parece. Pero Jeck no es un dj así que no importa qué pone sino cómo lo pone. Gusta de usar tocadiscos con cuatro velocidades (16, 33, 45 y 78 rpm) y así ralentizar al extremo la música para construir los loops que interesen a sus pasajes.

Gracias al uso del pedal de delay dibuja capas de sonido y así su concierto, que vimos sentados en la oscuridad del teatro central, con una proyección a sus espaldas de lo que estaba sucediendo sobre la mesa, es como la pintura rápida a la acuarela sobre un lienzo mojado.
Los vinilos para Jeck están, por supuesto, "asociados a la nostalgia" de cuando era niño y creció con la música en los años sesenta y, pese a que estén creciendo las cantidades de discos de vinilo nuevo que están regresando a las tiendas, cree que este formato no va a volver a funcionar comercialmente, tal y como muchos apuestan. Así me lo explica un rato antes del concierto, pero añade un rotundo "como que me da igual, porque a mí sólo me interesa seguir con lo mío". Por lo tanto, debemos seguir entonando el requiem por el vinilo, nombre que llevó su espectacular trabajo en vivo ejecutado en 1993 y nunca registrado, una sinfonía interpretada por 180 tocadiscos escupiendo música por sus propios altavoces, al estilo de los Dansettes.

Fuera de Liverpool, la ciudad en la que vive, no podría hacerlo, pues acabaría tocando en calzoncillos, como el músico de Jimi Tenor, a causa de algún extravío de Iberia. Apuesto a que muchos de los que vieron su set minimalista de ayer estarían dispuestos a volar a Inglaterra para ver un Philip Jeck orquestando un ejército de viejos tocatas.

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