El hombre que quiso reinar en el funk nació blanco y en Finlandia

24.03.2009

Jimi Tenor aparenta sentirse descolocado en cualquier lugar, salvo encima de un escenario. Delgaducho, miope y con tendencia al falsete, el músico es un Clark Kent algo esquivo y parco en palabras que, al llegar las nueve y media de la noche, se rasga la camiseta y aparece, todo Superman, envuelto en un traje -mitad elegancia mitad tapicería- sobre las tablas del grandioso Teatro Lope de Vega.

Esa que acabáis de leer ha sido la épica presentación de nuestro héroe, viejo conocido de diversas escenas y siempre al borde de convertirse en un Moby del outsider. Jimi Tenor ha presentado en Sevilla su nuevo disco, 4th Dimension, el segundo que hace con la banda Kabu Kabu en su viaje de exploración del afrobeat.

El protagonista musical de la noche del lunes se enamoró de los ritmos africanos siendo adolescente, pero no desarrolló esta pasión hasta que dio con los músicos berlineses Kabu Kabu, con los que formó una familia desde hace unos años y a los que ya no quiere soltar. Inauguraron su matrimonio con un disco previo, Joystone (2007), en el que Tenor cantó bastante más que en el nuevo. Ningún problema con su voz, dice, es sólo que disfruta tocando.

El matrimonio de conveniencia le ha venido bien. La banda le ha dado todo lo que este hombre buscaba: llevar el sonido de una big band a sus ensoñaciones jazzísticas, a su pulso funky, a su débil impersonator de un Isaac Hayes blanco y de garganta estrecha.

Jimi Tenor, rodeado por los Kabu KabuOs describiré la estampa teatral del escenario que vimos ayer, para los que no estuvieran. Jimi Tenor ocupa la posición central, sentado tras un órgano al que podía dejar de lado para tocar la flauta o el saxo. Como en una emboscada, los Kabu Kabu le rodean. A su espalda, el batería Ekow Alabi Savage sostiene el fluir rítmico del concierto. Le secunda otro percusionista, una sección de viento compuesta por dos músicos, y redondea el combo un guitarrista y un bajista.

Aplaudan todos el atuendo de uno de los músicos de viento, nos pide el jefe, ese pijama es cortesía de Iberia, que le ha perdido el equipaje. Pero la extravagancia es marca de la casa cuando hablamos de Jimi Tenor así que, haciendo juego con el traje sacado de Miami Vice de su compañero del metal, no nos llama tanto la atención.

A pesar de la comodidad de los asientos, el público siguió el concierto con rigidez e impaciencia, queriendo bailar sin poder hacerlo. Unos lo lograban moviendo una rodilla, otros se desquitaban dándose golpecitos en los muslos, una mujer movía un pendiente, otros sutilmente la cabeza. El único que pudo disfrutar del espectáculo con libertad fue un bebé que, desde la grada, bailó todo lo que quiso, especialmente durante Love is the only God, hit de Joystone. La entrega de la joven fan -pues era niña- llegó al punto de acompañar a Tenor con grititos en algunos de los pasajes a capella. El músico pareció celebrarlo. Ahí se palpaba la envidia.

No todo el concierto transcurrió por los márgenes del ritmo negro afrocaribeño. Tenor atacó, conquistando así la cumbre del espectáculo, su tema My mind del celebrado Organism editado por Warp en 1999. Durante un momento a capella silenció a sus Kabu Kabu, reclamando la atención de la audiencia con calenturientos "yeah baby" que tan bien hicieron a la vida sexual de las parejas en los años 70.

Ese fue, quizás, el momento estrella del finlandés sobre el escenario. Pero el batería Ekow, alma africana de la comparsa, también lo tuvo en forma de un solo que despertó aplausos y silbidos entusiastas. ¡El público está vivo! ¡Siente! ¡Padece! Fue emocionante.

Otro tema de Joystone, Sunrise, vistió la noche de lounge, con parapapás y ambientaciones sesenteras. El concierto se estaba terminando. Los músicos desaparecen tras el telón y vemos sus sombras chinescas alargadas camino de los camerinos. Cuando regresan para el bis, Ekow nos manda a todos a consumir al puesto de la entrada de CDs y merchandising: "support the good music".

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